Hay un arte muy particular en el mundo de la política: el arte de mirar a los ojos a una sala llena de periodistas, sabiendo que la verdad está en algún lugar lejano, y soltar un discurso que retuerce la realidad hasta hacerla irreconocible. Y en este arte, Pilar Alegría, nuestra querida portavoz del gobierno, ha demostrado ser una verdadera maestra.

Cada vez que toma el micrófono en una rueda de prensa, uno se pregunta qué joya narrativa nos ofrecerá esta vez. Porque, claro, lo de dar respuestas basadas en hechos o datos ya pasó de moda. Hoy lo que prima es el relato, y vaya si Pilar lo sabe. No importa lo que haya sucedido en el mundo real, su versión será siempre más entretenida, más conveniente y, sobre todo, más adecuada para mantener la narrativa del gobierno en pie.

«¿Que los periodistas preguntan por el tema de los etarras? ¡Bah! Eso son detalles menores, lo importante es contar una historia convincente.» Así que, sin pestañear, les planta una sonrisa y con una mezcla de desfachatez y descaro, procede a presentar su última ficción política. La audiencia, claro, asiste con la misma fascinación que se siente al ver un truco de magia: sabes que te están engañando, pero no puedes apartar la vista.

Pilar Alegría no solo es portavoz, es la viva representación del momento que nos toca vivir: un mundo donde «el relato mata al dato» cada vez con más fuerza. Las cifras pueden decir una cosa, pero el discurso oficial cuenta otra. Y ella, como buena narradora, maneja la fábula del gobierno con una maestría que casi podríamos admirar… si no fuera porque las mentiras, aunque envueltas en terciopelo, siguen siendo mentiras.

Y lo impresionante es su capacidad para repetir lo mismo una y otra vez, con tal aplomo que casi nos convence de que somos nosotros los que hemos entendido mal. La culpa no es de la realidad, no, es de quienes insisten en pedir explicaciones basadas en hechos. ¡Qué manía con los datos!

El nivel de desfachatez ha llegado a tal punto que ya ni se molestan en camuflarlo. La rueda de prensa se ha convertido en una obra de teatro, con Pilar Alegría como la gran protagonista, moldeando la verdad a su antojo mientras los periodistas intentan, sin éxito, buscar una grieta en su impecable fachada.

Si de algo podemos estar seguros es que en esta era del «todo vale», Pilar será recordada como un ejemplo brillante del momento en que el relato no solo superó al dato, sino que lo aplastó con una sonrisa. Impresionante, sí, pero también un triste reflejo del nivel al que hemos llegado.

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