Con un gesto más cercano al revanchismo que a la diplomacia, la recién estrenada presidenta de México ha decidido dar su primer gran golpe simbólico: excluir al Rey de España de su toma de posesión. En su afán de marcar distancias con el pasado, parece haberse obsesionado con exigir que España pida perdón por la colonización. Pero, en esta exigencia llena de simplificaciones, olvida algo crucial: la historia no es un lienzo en blanco que pueda reescribirse a conveniencia, ni es un campo donde solo florecen las sombras.

Lo que parece escapar a la presidenta, y a quienes con ella comparten esta peculiar visión, es que España, lejos de ser un oscuro conquistador sin matices, fue también el cimiento de muchas de las instituciones y valores que hoy sustentan su propio país. Uno de esos logros que deberían ser motivo de orgullo, y no de reproche, es la fundación de la Universidad Autónoma de México. ¿Y quién tuvo el honor de dar los primeros pasos para esa hazaña educativa? Nada menos que la Universidad de Salamanca, en cuyo seno se forjó el proyecto de la primera universidad de América Latina. Así que, antes de seguir exigiendo disculpas, tal vez la presidenta debería reflexionar sobre el origen de las instituciones que hoy preside, y cómo ese legado español ha sido parte esencial del desarrollo de México.

El legado monumental y el progreso que no se quiere ver

Si bien resulta más fácil pedir disculpas que aceptar la complejidad de la historia, la presidenta parece dispuesta a ignorar que el México actual es un país profundamente marcado por la impronta española. ¿Debería España pedir perdón por las catedrales, los palacios, las universidades y los hospitales que se construyeron durante el periodo colonial? ¿Por haber levantado ciudades monumentales, testigos imperecederos de un mestizaje cultural que dio lugar a una identidad única?

La presidenta quizá prefiera olvidar que su país se yergue sobre esas bases arquitectónicas y culturales que hoy son Patrimonio de la Humanidad. Tal vez prefiere fantasear con un México sin esos logros, sin esas joyas coloniales que atraen a visitantes de todo el mundo, y que representan una fusión de estilos y saberes que contribuyeron a la grandeza de su nación.

Los avances médicos: un «pecado» español que también habría que perdonar

Si seguimos con la lógica de la presidenta, es posible que España también deba disculparse por haber traído avances médicos que salvaron millones de vidas. Recordemos la expedición Balmis, que llevó la vacuna contra la viruela a las colonias españolas en América, incluyendo México, contribuyendo a la erradicación de una de las enfermedades más letales de la historia. ¿Debería también este logro ser incluido en el listado de agravios por los que se exige perdón?

Lo cierto es que sin estos avances, la historia de México habría sido muy diferente, y no necesariamente para mejor. Pero claro, para quienes prefieren borrar las luces y enfocarse solo en las sombras, estos detalles resultan incómodos. Porque no encajan en esa narrativa simplista que pinta a la colonización como una página negra sin matices.

Las Leyes de Indias: una lección de derecho que no se quiere recordar

Y si hablamos de legado, ¿qué decir de las Leyes de Indias, promulgadas por la Corona española para proteger a los pueblos indígenas y regular las relaciones con los colonos? Esas mismas leyes que hoy podrían considerarse precursoras del derecho internacional y humanitario, son parte del legado hispano que ha sido borrado del discurso oficial de quienes exigen disculpas sin recordar que España fue pionera en intentar establecer un marco legal para proteger a las poblaciones locales.

Pero, por supuesto, la presidenta prefiere ignorar este tipo de avances. Resulta mucho más fácil hacer una lectura maniquea de la historia, en la que los conquistadores son siempre villanos y los avances en ciencia, derecho y arquitectura simplemente no cuentan. Y así, su discurso se convierte en una farsa histórica donde todo lo positivo queda fuera del guion.

La paradoja de criticar a los propios antepasados

En este punto, el absurdo alcanza su culmen. Mientras la presidenta sigue exigiendo que España pida perdón, quizás debería recordar un pequeño detalle: en la mayoría de los casos, quienes critican a los conquistadores españoles están más relacionados con ellos que con los actuales habitantes de la península ibérica. No es un secreto que muchos de los descendientes de esos conquistadores hoy forman parte de la élite política y social de México. Paradójicamente, son sus bisabuelos o tatarabuelos quienes forjaron el país que hoy critican.

Mientras tanto, quienes descendemos de aquellos que se quedaron en este lado del Atlántico hemos sido testigos de cómo ese pasado compartido ha dado lugar a una herencia cultural y social innegable.

Conclusión: el sinsentido de exigir perdón sin entender la historia

Así, la exigencia de que España pida perdón por la colonización no es más que un gesto vacío, una maniobra política que no resiste un análisis serio de la historia. Mientras la presidenta mexicana sigue exigiendo disculpas, su país continúa beneficiándose del legado hispano en la cultura, la arquitectura, el derecho y la ciencia. Un legado que no puede ser borrado, por mucho que ella lo intente.

Al final, si hay alguien que debería pedir perdón es quien pretende reescribir la historia desde una óptica simplista y maniquea, ignorando los matices que la conforman. Porque mientras se siga utilizando el pasado como arma política, será imposible construir un futuro verdaderamente inclusivo y reconciliador. Y quizás, en lugar de exigir disculpas por un pasado lejano, la presidenta debería centrarse en los problemas presentes que realmente importan a sus ciudadanos.

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