Parece que en la política española hay una nueva forma de «mojarse»: la de hablar sin actuar. Y si hay un campeón de esta disciplina, ese es nuestro querido Emiliano García-Page, presidente de Castilla-La Mancha, que ha demostrado que cuando se trata de lanzar declaraciones contundentes, no le tiembla la voz. Pero, ay, cuando llega el momento de pasar de las palabras a los hechos, la cosa cambia… y bastante.

Hace unas semanas, García-Page se desgañitaba hablando sobre lo “inaceptable” del cupo catalán, ese invento que, según él, iba a dejar a Castilla-La Mancha recogiendo migajas mientras Cataluña se hacía con todo el pastel fiscal. ¿Cuántas veces le escuchamos decir que no lo toleraría? ¿Que no iba a permitir privilegios para unos en detrimento de otros? ¡Hasta parecía que estaba listo para enfrentarse cara a cara con Pedro Sánchez si era necesario!

Sin embargo, cuando el Partido Popular le puso la pelota en el tejado con una moción en las Cortes de Castilla-La Mancha, ¿qué hizo García-Page? ¿Lideró la resistencia que tanto predicó? ¿Plantó cara al temido “cupo catalán”? Pues no, lamentablemente para sus seguidores más fervientes, su voto fue un rotundo “no”. O sea, no a frenar el cupo, no a lo que tanto había defendido y no a hacer lo que hasta su colega Lambán se atrevió a hacer, aunque sea a regañadientes.

Ahora nos toca preguntarnos: ¿Dónde quedó el hombre que estaba dispuesto a defender los intereses de Castilla-La Mancha con uñas y dientes? Quizás está en la misma dimensión que la coherencia, ese lugar místico al que algunos políticos parecen viajar cuando hay cámaras, pero del que regresan completamente diferentes cuando se enfrentan a una votación.

Mientras tanto, en el reino de los hechos, García-Page sigue al pie del cañón… de las palabras. Nos sigue deleitando con grandilocuentes discursos que suenan tan bien en las tertulias y en los titulares, pero que se desvanecen en el aire cuando toca hacer algo tangible. Si la política fuera solo un concurso de oratoria, Page sería un claro ganador. Lástima que, de vez en cuando, los ciudadanos necesitamos un poco más de acción que de palabras bonitas.

Y así, entre discursos y gestos vacíos, García-Page sigue perfeccionando su técnica de hablar mucho y hacer poco. Quizás algún día se dé cuenta de que la coherencia no solo es un bonito adorno para las campañas electorales, sino que también es útil para gobernar.

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