La dictadura de Franco fue un régimen represivo, pero borrar su figura de la historia es un error. No se puede entender el presente sin analizar el pasado, por incómodo que sea.
No se puede borrar la historia: el caso de Franco y la tentación de la censura histórica
La historia no es una construcción que deba adaptarse a los intereses del presente. Es, nos guste o no, el reflejo de lo que ha ocurrido y de cómo hemos llegado hasta aquí. Eliminar figuras históricas porque su legado es incómodo o porque sus actos fueron moralmente condenables no es solo un error; es una manipulación que nos impide entender el presente y construir el futuro con una base sólida. El caso de Francisco Franco en España es un claro ejemplo de esta tendencia y nos invita a una reflexión más amplia: ¿dónde ponemos el límite en la reescritura de la historia?
Una dictadura innegociablemente condenable
Que Franco fue un dictador es incuestionable. Que su régimen se construyó sobre la represión, la censura y la negación de libertades, tampoco admite discusión. España sufrió cuatro décadas de un sistema autoritario que silenció a la oposición, persiguió a quienes pensaban diferente y eliminó la pluralidad política. El franquismo no solo fue un periodo de represión, sino también de atraso en muchos aspectos que otros países europeos superaron mucho antes, como la consolidación de la democracia o el establecimiento de un verdadero estado del bienestar.
Dicho esto, la pregunta es: ¿debemos borrar toda referencia a Franco de nuestra historia? ¿Eliminar su nombre de cualquier espacio público, retirar sus restos, borrar su impacto en el país y evitar siquiera mencionarlo en los libros de texto? Si adoptamos esta postura, estaríamos cometiendo el mismo error que muchas dictaduras han cometido al tratar de reescribir el pasado para moldear el presente a su conveniencia.
No se puede entender el presente sin analizar el pasado
Es un error pretender que España puede construirse sin mirar atrás. La figura de Franco es clave para entender la evolución política, social y económica del país. Su legado, aunque indeseable en muchos aspectos, dejó huellas imborrables que marcaron el rumbo de la nación. Desde la Guerra Civil hasta la Transición, pasando por el aislamiento internacional y el posterior crecimiento económico de los años 60, su papel en la historia es innegable.
Uno de los aspectos que más suele debatirse es el desarrollo de la Seguridad Social durante su régimen. Aunque no fue un sistema perfecto y dejó fuera a amplios sectores de la población, fue un paso hacia la consolidación de un modelo de bienestar que, con la llegada de la democracia, pudo mejorarse y expandirse. De igual modo, la construcción de infraestructuras, el impulso del turismo o la estabilidad política tras la guerra (aunque basada en la represión) son hechos que, sin justificar el franquismo, no pueden ignorarse.
Eliminar del debate estos aspectos es caer en la trampa del maniqueísmo: la historia no es solo blanco y negro, y entender los matices no significa justificar lo injustificable, sino aprender de los errores para no repetirlos.
El peligro de la censura histórica y la manipulación del presente
Si eliminamos a Franco de la historia, ¿qué nos impide hacer lo mismo con otros personajes? Si solo mantenemos en el imaginario público a quienes encajan con la visión ideológica del poder de turno, acabaremos con una historia sesgada y manipulada. No hace falta remontarse a tiempos lejanos para ver cómo esto puede aplicarse a cualquier dirigente, incluso dentro de un sistema democrático.
El actual presidente, Pedro Sánchez, ha sido acusado de actuar de manera discrecional, saltándose la Constitución y utilizando su poder para mantenerse en el cargo sin importar las consecuencias políticas o institucionales. ¿Debemos, entonces, dentro de unas décadas, eliminar toda referencia a Sánchez porque su mandato ha estado marcado por decisiones polémicas y cuestionables? Si aplicamos la lógica de quienes pretenden borrar a Franco de la historia, podríamos justificar también la eliminación de cualquier otra figura que no se ajuste a los estándares morales de las generaciones futuras.
Una lección necesaria: recordar para no repetir
El conocimiento histórico no es un ejercicio de nostalgia, sino una herramienta para evitar que los errores del pasado se repitan. Franco fue un dictador, y su régimen debe estudiarse con profundidad, condenarse y servir de advertencia para las futuras generaciones. Pero eliminarlo de la historia o pretender que su impacto fue inexistente es una forma de negacionismo peligroso.
En lugar de reescribir la historia, deberíamos asumirla en su totalidad, con sus luces y sombras, con sus aciertos y sus errores. Solo así podremos entender el presente y evitar que, bajo nuevas formas y discursos, se repitan los abusos del pasado. La lucha contra las dictaduras no se gana borrándolas de los libros, sino estudiándolas, analizándolas y asegurándonos de que nunca vuelvan a ocurrir.
Original @mundiario



