Parece que hemos llegado a un momento donde el «todo vale» no solo es la norma, sino que se celebra. El PSOE ha elevado esta práctica a un arte político digno de un circo de tres pistas. Primero, nos deslumbraron con la ley de amnistía, un acto de malabarismo en el que cualquier principio legal puede doblarse si el precio es el poder. Después, vinieron los números acrobáticos con Cataluña: privilegios por aquí, concesiones por allá, todo para mantener las llaves de la Moncloa bien guardadas. Y ahora, la estrella del espectáculo: la liberación anticipada de etarras. Porque claro, ¿por qué no? Si ya hemos roto el molde de la decencia, ¿qué más da un etarra en la calle?
Pero lo más triste no es lo que hace el Gobierno. No, lo peor es ver a esos diputados socialistas, cada uno con su cómodo escaño, levantando la mano sin dudar, como si estuvieran votando a favor del pan con tomate. ¡Qué disciplina, qué obediencia! Porque, claro, ¿quién se atrevería a ir en contra del partido? No importa que se estén traicionando los principios que un día, en algún rincón oscuro de sus conciencias, creyeron defender. Ni que estén pisoteando las expectativas de quienes les votaron. Lo importante es conservar el puesto, el sueldo, las dietas… la vida cómoda. El resto, ya tal, como diría alguno.
Y no olvidemos que todo esto es completamente legal. ¡Claro que sí! Si está en el BOE, ¿quién puede decir lo contrario? Pero ser legal no lo convierte en decente. Esto no es más que un abuso de la legalidad, un uso retorcido de las instituciones para el beneficio de unos pocos. Y mientras tanto, los principios que alguna vez definieron la democracia se diluyen, como un truco de magia. ¿Democracia? No, aquí lo que manda es el «todo vale».
Se supone que los diputados están ahí para representar a quienes les votaron. Pero parece que para algunos, representar significa ignorar por completo a esos votantes, darles la espalda y venderse por un plato de lentejas (o mejor dicho, por un sueldo que no está nada mal). Se pasan los valores y la moral por el arco del triunfo. Porque, ¿qué son esos principios cuando se tiene una silla bien pagada? Que lo que votan es una traición a los que les dieron su confianza es solo un detalle incómodo.
El PSOE ha decidido que gobernar ya no es un acto de servicio, sino un ejercicio de resistencia. Resistencia para mantener el poder a toda costa. Y si eso significa traicionar a sus votantes, conceder privilegios a quienes no lo merecen, o liberar a aquellos que causaron dolor a miles de familias, ¿qué importa? Después de todo, es legal. Pero también es indecente. Y esa indecencia tendrá un precio. Tarde o temprano, lo pagarán.
Porque la historia nos ha enseñado que los equilibrios sobre la cuerda floja acaban mal. Y este gran circo político, con sus equilibristas y sus marionetas obedientes, no será la excepción. El poder es efímero, y cuando caigan, que nadie diga que no se lo vieron venir.
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