Portada » El Arte de Retorcer Leyes: ¿Para Qué Necesitamos Tantos Diputados?

Si algo nos han enseñado los últimos años es que las leyes son mucho más flexibles de lo que habríamos imaginado. ¿Quién necesita el rigor legislativo cuando puedes meter cualquier cosa en el texto de una ley y que pase desapercibida? Ya lo sabemos: la creatividad jurídica está en auge. No importa si el tema es “protección medioambiental” o “mejoras fiscales”, siempre hay un pequeño espacio al pie de la página para insertar algo que nada tiene que ver. ¿Liberación anticipada de etarras? ¿Una rebaja de penas aquí o allá? Claro, ¡metámoslo bajo el epígrafe de “Medidas de Eficiencia Energética”! El juego es sencillo, y si lo piensas, casi elegante en su astucia.

Lo preocupante no es solo la habilidad de quienes redactan estos textos, sino la asombrosa capacidad de los diputados para no enterarse de nada. Al fin y al cabo, ¿para qué leer una ley de 200 páginas si ya sabes que votarás lo que diga tu líder? ¡Qué gran ahorro de tiempo! Porque, admitámoslo, ¿quién en su sano juicio va a detenerse a leer esos aburridos detalles? Si tu partido ha decidido que la ley es buena, tú también. Y si a la vuelta de unos meses alguien se da cuenta de que se ha colado algo inesperado en la ley, siempre puedes alegar que fue un “error técnico”. Aquí no pasa nada.

Este es el momento de la gran pregunta: si los diputados no se leen las leyes que votan, ¿para qué necesitamos tantos? Podríamos reducir el número a la mitad, o menos, y dejar solo a los líderes de cada partido, que al final son los únicos que deciden. Nos ahorraríamos unos cuantos sueldos públicos, dietas, asesores y coches oficiales. Total, el resto parece estar ahí solo para levantar la mano cuando les den la señal. Y ojo, que esa es una gran habilidad: levantar la mano en el momento justo no es para cualquiera, requiere precisión y coordinación. Pero, ¿eso justifica que tengamos un ejército de diputados viviendo del cargo?

Quizás podríamos pensar en un sistema de votación más sencillo, como un bot que reciba las órdenes del líder del partido y levante la mano por los diputados. Todo digital, muy moderno, muy 2024. Y ya ni hablamos de lo que se ahorrarían en sesiones maratonianas que acaban siendo una sucesión de gestos mecánicos.

En resumen, el arte de retorcer las leyes para colar cualquier cosa está al servicio de un sistema que funciona como un teatro bien ensayado. Los guionistas escriben con malicia, los actores principales saben qué hacer y los extras (perdón, los diputados) se limitan a seguir las órdenes. Ahora, si alguna vez te preguntas por qué necesitamos a tantos de estos actores… bueno, quizás no deberías preguntarlo muy alto.

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