Cómo Galdós retrató la hipocresía de la sociedad gracias a ‘Fortunata y Jacinta’
Laura Ventura, Universidad Carlos III
La ciudad, sus vicios, los pícaros y los trabajadores honestos, el hambre y la opulencia, los medios de transporte, las tiendas y cafés, la ebullición de los estudiantes y el peso de la tradición… Benito Pérez Galdós fue un entomólogo de la vida moderna, capaz de mirar con microscopio el tejido social de una época y las hebras de distintos colores. No hay mejor fotografía ni lienzo que permita sumergirse en el Madrid de fin de siglo XIX que su literatura.
Las novelas galdosianas, cinceladas por este exponente del realismo, poseen incluso un valor documental por su precisión, vitalidad, léxico y variedades dialectales que en ellas imprime. Incluso se organizan tours por la capital española para recorrer los escenarios donde el autor canario ubicó la trama de sus novelas, las esquinas donde sus personajes lucharon por sus ideales y pasiones.
Fortunata y Jacinta, dos mujeres y un eslabón débil
Galdós ha creado colosales personajes femeninos, como Tristana o Marianela, criaturas que además le dan título a las novelas que protagonizan, o como Benina, de Misericordia.
Sin lugar a dudas, Fortunata y Jacinta, dos historias de casadas (1887) es la obra cumbre de la literatura realista española, una trama de pasiones protagonizada por dos mujeres, ambas víctimas del desamor y engaño de un hombre de alta alcurnia, un ser mediocre y mezquino llamado Juan Santa Cruz.
Galdós crea un triángulo amoroso entre estos personajes, donde, advierte el lector, no habrá desenlace feliz, porque uno de los vértices –el masculino– solo puede amarse a sí mismo. En la lucha diaria de Fortunata y Jacinta por lograr un espacio propio en la sociedad de su tiempo, se enfrentan al mismo obstáculo: la manipulación del hombre que jura adorarlas. Juan es un personaje destructivo no desde su crueldad, sino desde su egoísmo y narcisismo.
La sensualidad frente a ‘una mujer mona’
“La moza tenía pañuelo azul claro por la cabeza y un mantón sobre los hombros y, en el momento de ver al Delfín, se infló con él, quiero decir, que hizo ese característico arqueo de brazos y alzamiento de hombros con que las madrileñas del pueblo se agasajan dentro del mantón, movimiento que les da cierta semejanza con una gallina que esponja su plumaje y se ahueca para volver luego a su volumen natural”.
Así describe el narrador el primer encuentro entre Fortunata y Juan, instantes previos a que la muchacha se coma un huevo crudo delante de él. Fortunata es salvaje, visceral, sensual y satisface el deseo de Juan durante temporadas intermitentes. Cuando el joven conoce a la muchacha cambia su actitud corporal, gestual, su lenguaje y su madre advierte como “se encanalla”.
Por eso decide que ya es hora de que su hijo siente cabeza. Impulsa así un matrimonio entre su prima, Jacinta, y su hijo:
“Porque Jacinta era una chica de prendas excelentes, modestita, delicada, cariñosa y además muy bonita. Sus lindos ojos estaban ya declarando la sazón de su alma o el punto en que tocan a enamorase y enamorar (…) Jacinta era de estatura mediana, con más gracia que belleza, lo que se llama en lenguaje corriente una mujer mona”.
Este contrapunto entre las mujeres le permite a Galdós explorar la sociedad de la época, la vida doméstica y la vida pública, la moral y la hipocresía, y el dinamismo de distintos actores y sectores de una nación que se ha incorporado a la modernidad.
En Fortunata y Jacinta se asiste a una evolución de los personajes femeninos, mientras se advierte cómo Juan está, de principio a fin, enquistado en su infantilismo. Por un lado, Galdós acompaña a Fortunata en sus intentos por autoabastecerse, aunque irremediablemente deba depender de un hombre que no ama (como “el encanijado” Maximiliano) para obtener techo y comida. También aparece su batalla contra la mirada condenatoria de la época y la mala fama, motivo por el cual es enviada interna a una institución religiosa y correccional y además recibirá educación no institucionalizada a través de Evaristo Feijoo y Maximiliano Rubín.
Por otro lado, Jacinta va perdiendo su inocencia y credulidad. Se aboca a su gran anhelo de ser madre y cuánto más crece este deseo, más piadosa es con los desprotegidos. Fortunata y Jacinta no son ni heroínas ni villanas. Hay cierta ironía en el título de Galdós porque la sociedad no considera que Fortunata sea la esposa de Juan (aunque ella lo clame reiteradas veces) ni que Jacinta cumpla maritalmente con su deber, dado que no puede concebir un hijo con su cónyuge.
Un nuevo final para Fortunata
Juan se aprovecha de Fortunata, de su vulnerabilidad y su amor por él, como hace Félix con Fantine en Los miserables (1862). La tragedia del abandono y el desamor es más profunda aún para ambas, porque deberán criar un hijo solas.
Sobre este escenario reflexiona Almudena Grandes en La madre de Frankenstein (2020), la quinta entrega de los Episodios de una guerra interminable, una saga inspirada en el modelo galdosiano de los Episodios nacionales. María, una de las protagonistas de la novela de Grandes, es lectora ferviente de Fortunata y Jacinta. Cuando es abusada por un señorito, la autora imagina un futuro diferente para su personaje.
Fortunata y Jacinta es una novela sobre la modernidad, la (in)dependencia de vínculos nocivos y el poder de la regeneración. Luis Buñuel quiso siempre adaptarla al cine, pero detrás de esta novela realista narrada cronológicamente, hay laberintos y pasiones que solo pueden ser narradas con palabras. Con las palabras de Galdós.
Laura Ventura, Profesora de Literatura, Universidad Carlos III
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